sábado, 13 de abril de 2019

Falto de ideas

Las ideas no fluían, quería pero no podía, no era el día: "El pajarillo dejó de cantar, ya sólo, volaba solo..." empezó a escribir, pero no veía cómo seguir, cambiaba de idea, tras una segunda, venía una tercera... irremediablemente le volvía a la mente...el pajarillo dejó de cantar, ya sólo, volaba solo...se levantó de la mesa, se puso sus zapatillas deportivas y salió a dar una vuelta.
Dentro de un parque se encontró con una mariposa, tendió una mano y ésta se posó en ella, él empezó a hablarle, mientras ella aleteaba intentando mantener el equilibrio, él le decía que quería escribir pero que no sabía sobre qué cosa, sus alitas de color rosa y con círculos concéntricos, introspectivos, le dieron una idea, casi vacía, casi ligera, que "lo que más queremos casi siempre vuela y lo denostado es lo que más suele estar a nuestro lado"... ella, como si lo intuyera, se marchó, ¿estaba de acuerdo o no? Suavemente, con ligeros balanceos, se iba alejando, a él le pareció que giraba su cabecita hacia algún costado, levantó la mano abierta y, aunque no quería que se fuera, la movió con el gesto de decir...adiós.
Caminando por el parque, con la mirada bajada, como si fuese contando sus pasos, quería pensar en todo, pero no pensaba, quería y no podía, sin darse cuenta se acercaba a un pequeño estanque, allí había unos patos, ahora su vista se iba sobre la estela del agua que dejaban al avanzar, las ondulaciones del agua le recordaban, cuando de pequeño, jugaba con su cometa y la cola de ésta también se contorneaba, cuando...por entonces, no quería escribir y, sin embargo, su mente era como un poemario en continuo fluir.
Al levantar la vista se encontró que la tarde iba anocheciendo, que se estaba cambiando el atrezo, de con sol a con luz de flexo, de paseos sin prisas a casa a todo correr para mañana trabajar en la oficina, hora de volver por las calles de la ciudad, la anonimia típica de sus gentes, del ir y venir como cualidad, de sentir el paso del tiempo de forma impaciente. Ya no era momento de enjugar el pensamiento en busca de alguna idea, primera o postrera, qué podría escribir estando así...a poco, yendo solo, le pareció sentir, en su hombro derecho, el tacto, el apoyo, de unas ligeras patitas de ave, no quiso girar la cabeza, de nuevo le vino a la mente...el pajarillo dejó de cantar, ya sólo, volaba solo...una persona que, con delicadeza, le había puesto dos dedos de su mano, para empujarle un poquitín y apartarle, le pidió disculpas y le dijo que le estaba impidiendo el paso...él vio como, según se iba alejando esta persona levantaba el brazo y, con la mano, parecía decirle...¡adiós!

sábado, 6 de abril de 2019

Su propio libro

Creía que la alegría la tenía vendada, la ilusión hipotecada, los sueños de la mano de la ceguera, el futuro era eso, futuro, cuando incierto, por cuando previsible, cuando abierto, por cuando nada apetecible, cuando por venir, por cuando intuir.
El pasado era eso, pasado, cuando de buen recuerdo, por cuando con desagrado, cuando angostado, por cuando ampliado, cuando trasnochado por cuando...añorado.
El amigo que será, el amigo que fue, amistades, el cariño que vendrá, el cariño de ayer, amores, el trabajo de nunca acabar, el trabajo que quedó atrás, esfuerzos, la vida de mañana, la vida andada...alborada.
Pasando una página levantaba a la vez la cabeza, se preguntaba, con qué certeza puedo decir que soy lo que fui, con qué firmeza puedo asegurar que no soy un sueño y que sí viví, con qué fortaleza puedo echar un pulso al tiempo y que no me arrastre a lo eterno. Iba a cerrar el libro pero continuó leyendo, aunque le apetecía más escribir que el tiempo era eso, tiempo, que la escritura no era una armadura, pero sí un encuentro, contigo, con uno mismo, con el tiempo, con el esfuerzo de transmitir lo que sentía en el pasado, lo que ahora siento, cuando entre letras y afectos, me entrego a ti... mi desvelo.
Iba a dejar de escribir cuando continuó leyendo sobre un libro que nunca existió, que nunca estuvo en sus manos, pues el libro era él, era su propia persona, que tan pronto era verso como prosa, requiebro como historia, compañía como soledad, lo mismo luz que tinieblas, y, dejó de escribir, soltó la pluma del vaticinio, de adivinar, se levantó con una relajada sonrisa recordando que le esperaba... ella

Análisis

Muy de mañana se puso a coser, a hacer algunos remiendos a su vida, según el roto o el contratiempo, lo mismo zurcía que ponía un parche, como si fuese un ungüento, a veces deprisa, a veces con más tiempo, la aguja era más gruesa o más fina, según el problema, que liviano, con aguja ciega, para fácil enhebrar y con costura de casi profano, que más profundo pues con aguja de hacer punto, la de ganchillo siempre para asuntos sencillos.
Otra intervención que hacía en su vida, era como en la cocina, desde el desayuno a la merienda, desde la comida a la cena, ponía calor del fuego según cómo amanecía el día, con mucho trabajo, reuniones y horas a destajo, ni lo encendía, con sosiego, descanso y compañía, a fuego lento, muy lento, que ese buen plato había que tomarlo con gusto y despacio, muy despacio.
En cuanto a la limpieza de la casa, vaya el pasado, presente y futuro, según los grados de los recuerdos, si del colegio, con algo de atención y con espacio para el juego, es decir, con un paño suave, casi de terciopelo, si de trasiego a la universidad, al empleo, a la compra del piso, a la pareja y a los hijos...en este tiempo, con jabón blanco y limpiacristales, para verlo claro y bien, nunca como contrariedades, por último, el futuro que nunca fuese una tubería atascada, con los años se pasan, incluso de ser de plomo a una combinación de distintas carcasas.
La casa, el piso...su vida, su cuerpo, ¿grandes o pequeños?...sin mayores pretensiones, cocina, baño, comedor y una o dos habitaciones, o lo que es lo mismo, nacer, crecer y envejecer, ni con profundos pensamientos ni con tabús pero sí con la mejor salud.
Sentado en un banco de un parque, le rozaban dos rayos de sol, no sabía si eran jóvenes o no, si podían quemarle o solo darle calor, se pusieron a charlar, se hicieron amigos, hablaron de esto y aquello, de cómo le iba a cada uno, de la tierra y el cielo, de sus destinos, pasado un tiempo le resultaban conocidos, cuando quiso saber de ellos a poco se habían ido, no volvió a verlos...con el paso del tiempo se había acercado la manecilla de un reloj, le dio la hora y algún consejo, con cuidado se levantó, puso en marcha sus pasos, sin dar ningún acelerón, pues el motorcillo ya era añejo, paró un momento y volvió la cabeza, la aguja ya tampoco estaba pero, aún así, se despidió con un...¡hasta pronto!

Meditaciones

Las manos no estaban ni llenas ni vacías, asían, a veces regalos, a veces fantasías, los años, los días, se iban filtrando por las comisuras de los dedos, lo mismo que los saludos, los agasajos, se iban sumando a los recuerdos.
Su pensamiento era concentrado, ella decía, pienso con halago, revivir la vida, su idea era que el futuro es inseguro, está por venir, pero el pasado es nuestro, está por "revivir", a solas, despacio, sentir que no es ni un epílogo ni un prefacio, ni todo bueno, ni todo malo, ni reír, ni estar llorando, su esencia es...ser pasado.
También decía, que al comenzar el día, se corren las cortinas de los sueños, para dar paso al escenario de los deseos, a la representación de cada jornada, con los problemas en carne y hueso, cuando con rechazo por cuando con embeleso, cuando un abrazo por cuando un "te quiero".
Desde su interior, sentía, que le hablaba el corazón, que su alma siempre estaba en calma, que con frecuencia revivía el amor, que superaba las penas y el dolor, a base de ternura, con el calor y, a la vez, la frescura, de cuando de madre y, con unas caricias, tranquilizaba a su pequeña, a su niña.
 A veces, al verse en el espejo, no se idolatraba como Narciso, sabía que era hermosa, pero no quería tener el mismo destino, que la belleza es bella, pero no eterna, ni para vivir solo en ella, ni para sentir que se es su dueña.
Revivir la infancia, la juventud, la madurez, el hoy y el ayer, el soy o no lo que quise ser, aquel paseo, aquel atardecer, aquella amiga, aquel café, aquel lago y los baños que se daba en él, aquel invierno y el trineo de Papá Noel.
Revivir que "cualquiera tiempo pasado fue mejor" (Jorge Manrique), revivir que "confieso haber vivido" (Pablo Neruda), que "Cuando llegue el día del último viaje" (Antonio Machado), revivir... ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía, eres tú" (Gustavo Adolfo Bécquer)...revivir que tu historia, es tu historia, y tal vez, para alguno, la pequeña gloria, de haber sobrevivido a la fortuna y al infortunio, a pasar de ser dos a ser uno, de por ti, por todos, por nadie, por alguno y llamar con los nudillos a la puerta del afecto más profundo

Imaginación

Como persona amiga de cosas sencillas, barajaba unas cartas sin figuritas, no quería ganar, tampoco perder, consideraba que la vida es un juego, teniendo que afrontar lo que se tenía delante en cada momento, la estrategia era desde el plan hasta el entretenimiento, desde además del blanco y el negro existe el color de los afectos, la vida es un día, una ida, una venida, es la salida y entrada, del amanecer y del atardecer, de un beso en la mejilla o un abrazo en cursiva, de cuando llegue a mañana...no seré el de ayer
Como persona amiga de las cosas sencillas, simplificaba su vida todo lo que podía, discurría por ella como por un verso, un verso de rima también sencilla, si bucólico mejor que melancólico, si descriptivo, mejor que con algún entresijo, pareado, soñando que ella estaba a su a lado, si terceto, si... cuaderna vía, Gonzalo de Berceo, Arcipreste de Hita, que no me falte vuestra guía, vuestra visión de ser uno mismo en todo momento.
El corazón pedía a su alma, escribe por mí, escribe con calma, lo que siento al latir, que ella perciba mi pasión, lo que es vivir acariciando un puro amor, la devoción de ser uno en dos, el candor de una primavera serena, con el resplandor de la luna llena, de unos ojos, los suyos, como auténticos antojos de Atenea, Venus o Gea, la mitología se empequeñece a su lado, la belleza añora no ser ella, si pudiera se refrescaría con el aroma de su silueta, si pudiera le daría beso de amiga, acariciaría su pelo con la mano serena, miraría su mirada mirando cómo miraba.
A pesar de ser persona amiga de las cosas sencillas, también le gustaba jugar con la fantasía, así, al cielo le quitaba el velo, a la nube le ponía vapor de perfume, al sol le dedicaba su mejor canción, a la estrella la metáfora de doncella y a la luna... cógeme una mano, luego la otra y dame un paseo por tus alturas.

Aquel barrio

El tiempo pasaba, grano a grano, reloj de arena, mucho tiempo, nada que hacer, pasar la vida momento a momento, siempre valía la pena. Pensamiento tardío, iluminado, crepúsculos de estío, cuerpo casi agotado, infancia, juventud, madurez en la despensa, inquietud del hijo que espera alguna sorpresa. Pasar de activo a pasivo, de dar a recibir, de vecino a amigo, de leer a escribir, de oír a escuchar...de ver a mirar. 
La rueda trasparente del teléfono negro se ha convertido en la de la fortuna, ya no comunica con algún compañero, ahora marca el tiempo que resta para la siguiente salida, nuevo contacto con la vida, bocanada de alegría, esperanza nunca fugitiva.
Saludos al vecino, a la vecina, a los niños, a las niñas, al tendero de la esquina...qué despiste, si ya no existe, solo en las novelas de costumbres, dónde quedó el cuarto y mitad, el lomo de bacalao cortado con la cuchilla, la achicoria, el café en grano, portugués, colombiano, molido en el molinillo por la mañana temprano, dónde el chorizo de Cantimpalos, la miel de la Alcarria, el vendedor ambulante y su mandil, a veces con borrico, a veces con su  bici, el afilador de cuchillos, el vaquero con leche fresca, el hielo en la nevera, los huevos vendidos por docenas o por cajas enteras, la calle no era de los coches, los niños la alimentaban con griterío, con juegos de ingenio, con la inocencia de unas ilusiones que nunca anochecen, con la  pasión de su naturaleza como premio. La televisión en blanco y negro, como las fotos, no dejaban de ser agradables sueños...¡recuerdos! sueltos, de improviso, libres, por fin la voluntad acierta.
El barrio, el antiguo barrio, se despierta, se duerme, tiene sus reglas, aquí nadie se acuerda de lo que se gana o de lo que se pierde, mis gentes son pura pureza, hay quien no, también hay quien sí, reza, se santigua, lo mismo que hay quien no va a la iglesia, para encontrarle hay que ir a la taberna, lugar no menos sagrado, dice, con una bebida en la mano, mi confesionario es pensar profundo mientras miro al frente y busco el sentido a este mundo.
El rock, la música protesta, el tocadiscos para la reunión en cualquier pradera, la Discoteca, bebidas de moda como el semáforo, el san francisco, la granadina, colorido de azúcar como capas de plastilina, bailar agarrados, contorneos casi convulsivos...¿estudias o trabajas? mañana te lo digo, mañana si somos amigos. El coche utilitario, pequeño, de diario, para las vacaciones de verano, todos apiñados dentro de él, la vaca en el techo, el equipaje viaja fresco, la sangría o limonada en un barreño, hay que celebrar el bautizo, la comunión, para los niños chocolate con churros, churretes por la cara y en la ropa alguna que otra mancha. De aquello ha pasado un siglo ¡cuánto tiempo! y parece que fue ayer, cuando de gatear por los pasillos se pasó a andar de pie, cuando....

Sin prisión

Desde la cárcel se prometía que, cuando saliese de ella, no volvería a los juegos de azar, dejaría las apuestas, que dejaría de beber y de fumar, pero que empezaría a practicar algún deporte y adelgazar, cuidar su salud, viajar por el mundo, dejar de ser un vagabundo...muchas promesas.
Desde la cárcel contaba todos los barrotes de las puertas, de las verjas, todas las cerraduras, todos los jergones, los días que le quedaban por esos barracones, de esos comedores, de unas habitaciones que lo único que tenían de ello era el nombre...demasiadas asperezas.
Desde la cárcel se imagina un mundo mejor, todo azul, cielo y tierra fundidos en el horizonte, se haría un Robin Hood o un Guillermo Tell, un cuidador del pueblo o un tirador defendiendo el bien...mundo de sueños.
Todo esto no existió, no había cárcel, en rigor era su interior y el estar apartado de su yo. No hubo dinero en juegos, tabaco, vino y cerveza, como todos, ni más, ni menos, peso fue perdiendo sin apenas moverse, ¿viajes? los de su fantasía. Los barrotes eran los que se ponía delante, como  zancadillas, girar la llave a las cerraduras no era necesario, las llaves quedaban puestas, el colchón era muy cómodo, apenas lo usaba o muy poco, el piso y el salón eran buenos, modernos.
Persona particular, algo distinta del resto, ni mejor ni peor, diferente, idealista a veces, protagonista cuando la ocasión lo merece, más por tu universo que por el suyo, más entregándose a tus deseos que no actuar por orgullo, más plantando semillas de futuro que dedicándose a su propio culto. Cual dilema hamletiano, era y no era, como un Quijote cervantino, luchaba contra molinos, como un enamorado becqueriano, suspiraba por unos bellos ojos de mujer...por su querer.

Arroyo

Había un arroyo por el que corría el agua, a veces suave, a veces a borbotones, si el invierno no era tanto invierno, muy despacito, deteniéndose en algún rinconcito, pero si el invierno era bravío, no solo corría en las bajadas, sino que presumía de que, con gran estilo, remontaba fuertes subidas a empujones.
En su recorrido, serpenteo, iba visitando, saludando, a todos sus vecinos, lo mismo a los residentes que a los inquilinos, a la flora, a la fauna, a la nieve, al viento, a la niebla y a algún caminante que iba de marcha, atento.
Cuando se detenía, haciendo un remanso, para charlar con otro arroyo amigo, fuente o manantial, el tema de conversación inicial era, casi siempre, sobre el tiempo, cuando frío se hablaba de hielo, cuando calor de cómo se entregaba el sol.
Con tiempo calmado el  aire se posaba en alguna orilla, para sentir las cosquillas que recibía y las sentía como una fortuna. También la luna, con su reflejo en el agua, se miraba algo presumida, se atusaba el pelo, giraba el cuello y lanzaba unos destellos hacia lo eterno. Una hoja de árbol se deja llevar, casi mejor, se deja mecer, como un barquito de papel, con las suaves ondulaciones del agua, posada en ellas, va sonriendo, no sabe su destino pero, le da igual, se va diciendo, ahora me da lo mismo, me basta con ser feliz, después...el destino está por venir.
Una ardilla juguetona, saltando de una orilla a otra, se paraba, sentada y algo erguida, parpadeaba, se frotaba un poco sus ojillos saltones, dulzones, inquietos y, de un empujón, trepaba por un árbol, saltaba de rama en rama, jugaba, veía la vida desde arriba, cerca de alguna relajante melodía, producida por el canto de algún mirlo o un ruiseñor.
Este arroyo sentía auténtica pasión por la arquitectura natural de aquella zona, había unas rocas diseñadas con la imaginación de la fantasía, lo mismo se entrelazaba por un laberinto de curvas, de subidas y bajadas, que miraba hacia arriba donde la vista anidaba junto a la línea de sueños, de la aurora y alborada de la jornada. A cada caprichosa formación le ponía un nombre según su forma, su apariencia o su porte, intentaba diluir su apasionado sentimiento, a veces entre los giros de los remolinos, a veces en la adolescencia de un curso nuevo que hacia el curso del agua.
Este arroyo, como tantos otros, sabiendo que no iba a ser río, que ya había crecido, se conformaba con su caudal de agua, con su recorrido, con su trabajo, con su descanso, con su despertar bostezando, con su desayuno temprano y, como los humanos, con saludar a todos, dar los buenos días por la mañana y las buenas noches cuando las horas ponían el broche.

Ánimas

La calle estaba casi vacía, la noche con bata de lana, una vez más, se encontraba con una imagen medio diluida, la misma persona de todos los días, de todas las noches, vagaba perdida, sin rumbo, con un cierto estupor por echar de menos lo que le acompañó y recientemente perdió.
A pesar de la hora tardía, se oía el correr de una cuerda de tender la ropa, no daba a un patio porque no lo había, una mujer, con medio cuerpo asomado a la ventana, una pinza de madera en la boca y un canturreo algo desacompasado, iba colgando, prenda tras prenda, nota musical tras nota musical, que más que un canto parecía una afrenta, hasta que, cuando puso la última pinza, al unísono se cayó a la calle la última nota, no había problema pues al día siguiente, a la noche siguiente, la escena se repetiría excepto la ropa lavada y la nota final, a pesar de ello, todo era un ritual.
La persona, casi podría decirse, su sombra, mientras caminaba, parecía ondearse como una bandera al viento, empezando desde los pies, las piernas para un lado, la cintura para el contrario y así todo el cuerpo hasta llegar a la cabeza, era la única que no manifestaba ningún atisbo  de moverse, parecía una columna clásica, medieval, de transición entre distintos estilos.
A cierta distancia, pero no muy lejos, se oía el motor de un coche, rompiendo el silencio que había vuelto a su ser, después de tendida de ropa y el recital de las más desafinadas notas, parecía que el coche quería tomar el relevo, dejando sus neumáticos marcados en la grasilla del asfalto y petardeando, por mala combustión, de vez en cuando.
Mientras tanto la persona seguía su rumbo, sin rumbo, su ser, sin ser, seguía por allí, por donde siempre, desde hacía un tiempo, desde que la luz, su luz, se hizo tiniebla, desde que la vida, su anterior compañera, se tuvo que despedir de ella, desde que pasó a ser...eterna.

Soliloquios

Sentada en una mecedora, tenía a su alrededor varias bobinas de lana, de distintos colores, de diferentes grosores, primero las iba enrollando haciendo una bola, por colores, por grosores, a la vez que mecía su cuerpo, mecía el tiempo, no dejando de balancear también sus sueños.
Necesario o no, así pasaba las horas, cuando terminaba, las alineaba, lo mismo jugaba a ponerles nombre que hablaba de dárselas a algún pobre, lo mismo a proponer qué haría con cada una, que ponerse a venderlas creyendo que conseguiría una pequeña fortuna.
Mientras se mecía, dejaba correr la mirada, con el mismo vaivén que imaginaba lo que tenía delante, si el balanceo era suave pensaba que tenía la llave de la paz, pero, cuando estaba algo inquieta y su balanceo era con más fuerza, se imaginaba una y mil torpezas, uno y mil desatinos más.
Mientras tanto hablaba sola, muy sola, decía que se comunicaba con el silencio de la soledad, desde hacía tiempo no le acompañaba nadie, pero, siempre después de mirar a un lado y a otro, bajaba un poquito la voz y seguía hablando sola, llegaba a pensar, si lo que me queda de vida es esto, ¡pues, adelante! sin lamentos, yo soy todos los demás, no hago daño a nadie, si acaso, acompaño al silencio, que no es poco...ayer, éste, se atrevió a hacerme un susurro al oído diciéndome, tú habla sola que yo me enfrentaré al mundo.
Ella era persona de fiar, amable y graciable, sociable y aceptable, admirable y afable, y por no seguir... era ante todo buena persona...sin preocuparle ninguna otra cualidad.
De joven, un amigo, le dijo que no era guapa, que casi era fea, no así su cuerpo, ella sonrió, le hizo una caricia y, después de una pausa le dijo bajando la voz "a mí no me importa tu físico, pero sí tu sinceridad, es muy probable que terminemos juntos si cambias la belleza por compartir la felicidad, que ella siempre valoraría, en un chico, la compañía y la atención...más que si el cielo estaba azul o marrón"

Madrugar

Iba por una calle de su barrio, era temprano, un despertador, con su insistencia, pues nadie le hacía caso, le espabiló, le hizo bajar de las nubes, a él y a sus incertidumbres, quiso ignorarlo pensando, si quien te ha fastidiado tu sueño no te hace caso, ¿por qué me castigas a mí? al cabo, yo voy de paso, pero el reloj, fiel a sus principios, seguía y seguía, siempre con la misma murga, siempre la misma monótona melodía. En cuestión de segundos paralizó su mundo dilucidando ¿a quién odio más, a esa máquina infernal o a su propietario que no deja de roncar? Un futuro algo tenue le empezó a rodear, sigo caminando o me paro, al cabo, ¿a mí que me importa? el uno con su matraca, al otro que no le despierta ni la banda municipal, miro mi reloj, que por suerte no es despertador, estoy a punto de meterme con él, pero muy inteligente me avisa, se te va a hacer tarde, mi primo el despertador, como habrás visto, no es nada cobarde, él va a seguir hasta el fin y tú aquí, parado, no vas a conseguir otra salida que faltar a tu cita y que, como sigas paralizado, se va quedar en clandestina.
Era tal el silencio de la calle que, al ser verano y estar la ventana abierta, se le sentía al dormilón dar en la cama una y otra vuelta, pero siempre con los párpados sellados, lo único que persistía era ese sonido molesto, él aún parado en la acera, se distrajo en pensar, ¿al técnico, o al ingeniero, o al que sea, encima le han pagado por inventar ese sonido odioso, que tanto molesta? no digo que te despierte a ritmo de rumba, de salsa o por seguidillas, ¡pero tampoco con esta pesadilla!
Los visillos de la ventana, que más parecían mosquiteras, dejaban entrar la claridad de fuera hacia adentro y salir el sonido de dentro hacia afuera, alguna brizna de aire, en sopliditos, los movía en pequeñas contorsiones, aún inmóvil, no se había atrevido a avanzar, jugó a acompasar el ruido con el movimiento, jugó a imaginarlos en un escenario, jugó a colocar un público numeroso totalmente apasionado, jugó a sentir aplauso tras aplauso, jugó a...lo que verdaderamente estaba ocurriendo es que eran unas palmadas, de la madre, diciendo al hijo ¡¡vamos, vamos, deja de soñar, te tienes que despertar!! vas a llegar tarde y, aunque no te guste, te tienes que ir a trabajar.

Pasando el tiempo

El aire de la habitación era muy espeso, estaba cargando de ideas, de pensamientos, humo no había, dejó de fumar hacía tiempo, sí nostalgias, distintas historias, muchos recuerdos, todo ello sumergido en pequeñas nubes que vagaban, las más ligeras hacia el techo, las más pesadas próximas al suelo.
Unas notas musicales danzaban, con calma, por los huecos que quedaban en el aire de la habitación, su melodía era sedante, parecía que la Primavera de Vivaldi iba a ser eterna o que Beethoven tocaba su canción para Elisa con tanto tacto como amor.
El libro que leía, aunque era de los catalogados como de bolsillo, le parecía un Tomo milenario, lo abría a diario, pasaba la vista por las líneas pero no las leía, era como si pasara revista a un ejército de palabras, todas en su sitio, todas en perfecta formación, le importaba más el orden que el sentido de cada oración, no lo terminaría de leer nunca pues, tal vez por azar o tal vez a intención, la pequeña banda de cartón, para marcar hasta donde se ha leído, siempre la ponía en hojas distintas, lo mismo al principio, que al medio que al final, se veía que le daba igual.
Sobre unas hojas de papel, algo dobladas por las esquinas, las sacaba y guardaba todos los días en un cajón a su izquierda, había frases escritas sin acabar, sin intención de comunicar, aunque, cuando había pasado un tiempo, podría ser premeditadamente y no por un recuerdo, las iba terminando, o corrigiendo o tachando palabra sí, palabra no, como jugando a una adivinanza, como queriendo dar sentido a lo que solo estaba dentro de su corazón.
Los hijos que había tenido ya eran algo mayores, los veía como cuadros pintados con la mejor mezcla de colores, el trabajo pertenecía al pasado, la salud era puro tabú, las amistades a veces en un parque, a veces en un café.
La casa, su casa, era pequeña, hogareña, situada en las afueras, al cuidado de unos centinelas, así denominaba a los árboles que la rodeaban, desde ella veía, día tras día, el amanecer y el atardecer, la Osa Mayor, la Osa Menor, la Luna y el Sol, Venus, Marte...y algún anhelo que no se cumplió.
Cuando se miraba las manos percibía que estaba haciéndose mayor, aunque no se sentía así, pensaba, lo que veo hoy, ayer no lo vi, mi corazón es el mismo pero sus latidos han suavizado el ritmo, se han hecho más pausados, un poquito más cansados, son latidos como aporreando en la puerta de la Casa de San Jamás para entrar y habituarse a soñar.
Este puede ser el decurso de una persona cualquiera, en su espacio, con sus sentimientos, su propia vida y en su universo de afectos.