Casi
todos los días salgo a caminar, cuando paso por el parque ahí le veo, como una
esfinge, encogido por la edad, apoyado en un bastón casi más alto que él, es
así de pequeñito, lleva puesta una desteñida gorra verde, debe ser de una
Caja Rural, está muy desgastada, un cigarrillo a medio consumir entre dos dedos
de su mano derecha, es menudo, pequeño, me recuerda a un tío mío del pueblo. No
le conozco, solo de vista, pero me saluda como si fuésemos viejos amigos, le
respondo con cortesía, creo que se la merece, parece estar solo en la vida, la
mirada perdida no sé si al pasado o al futuro, está sentado, no para el tiempo,
lo deja pasar, como compañero de los árboles, está en silencio, yo salgo a
caminar, él a sentarse, yo a intentar participar en la vida, él a contemplarla,
cuestión de edad. A su lado está una paloma, acurrucada, ¿quién acompaña a
quién?... al menos están juntos, no se estorban, tampoco van de la mano, están,
que ya es bastante, cada uno hace su función en la vida, él debió volar algún
día, ella parece cansada de hacerlo. Me voy alejando, les voy viendo más
pequeños, pero ¡qué grandes! son reflejo de una realidad, de uno mismo,
cualquiera de los dos hablan de mí o de ti, hablan en silencio, va creciendo
alguna nube, siento que son sus sueños, es blanca, pequeña... ilusionante, como
manto caluroso en el frío transcurso del tiempo. Continúo mi camino, el de
siempre, acompañado por una molesta mosca, doy mil manotazos al aire pero, cual
avión de guerra, vuelve a aterrizar en mi ya descubierta cabeza, parece ser su
objetivo, pertinaz, molesta, no me deja, mi sudor debe ser su apetecida miel,
¡qué mal gusto! propia naturaleza.
A veces salgo a buscar algo,
algo perdido en la almohada de los sueños, sueños enredados en algún pliegue de
la tela o de mi ya añeja piel, enredados en otros sueños, los de la infancia,
pequeños, de juventud, siempre inquietos y, los más recientes, algo
encubiertos.
Una vez más, por la tarde,
en mi deambular por la soledad, me lo cruzo, me detengo y le saludo, hablamos
pero esta vez ya no es del tiempo, sino de nuestras ocupaciones a esas horas,
los paseos. Por la mañana se mueve en el otro extremo del parque, entiendo que
algo más alejado de su Residencia de la Tercera Edad, hasta la hora de comer,
por la tarde está por aquí, hasta la hora de cenar, según él "después de
comer cuesta más hacer las cosas" también, según él "la vida está muy
espachurrá" Hablamos frente a frente, en mitad del camino, me dice que ya
lo que le queda es pasear, muestra un semblante de cierta preocupación, pierde
la vista por un momento, levemente encoge los hombros y me devuelve la mirada,
algo interrogante, como esperando una respuesta tranquilizadora, diría que
esperando una solución, una solución que seguro él ya conoce, parecería que
había auscultado mis propios pensamientos, me mantengo en silencio. Con o sin
gorra, con o sin bastón, con o sin paseos, nos está retratando, nos guste o no,
la vida está muy "espachurrá" Se va alejando mirando a su derecha,
después a su izquierda, parece que duda, cómo si no supiese el camino, ese que
recorre todos los días, antes de comer, antes de cenar....antes de, algún día,
volar.
Un vez más, desde la
distancia, veo que está sentado en un banco, probablemente recuperando fuerzas,
los pasos ya son con tres apoyos, el bastón se hace imprescindible, hoy también
se incluye un paraguas, han aparecido las lluvias, de agua, las de problemas
siempre están presentes, le veo algo echado para adelante, sin apoyarse en el
respaldo del banco y encogido, le saludo para atraer la atención, parecía estar
en sus asuntos, es decir, pensando despacito, sin una secuencia ni
consecuencia, sale de su mundo también despacito, ya no existe la prisa, se
marchó con la juventud, con la vitalidad, surge el diálogo de quienes tienen
poco que decir o de decir lo poco que se tiene en ese momento ¿qué contar a
quien ya casi solo le quedan los cuentos?, los cuentos de pequeños a mayores,
los que le contaron y volverá a escuchar. Su expresión es difusa, lenta, a
golpes de aire cargados de experiencia, mira pero siento que sin ver más que
sus pensamientos, probablemente sencillos, los que fueron complejos quedaron
atrás hace tiempo, ya no tienen hueco en su mente, desaparecieron con los
desvelos de entonces.
Han pasado un par de días y
me lo encuentro de nuevo, otra vez al borde del camino, pero está sentado sobre
una barandilla de madera, como tantas veces mira hacia el frente, abstraído,
acompañado por su silencio, el pensamiento no se oye, tampoco pesa, solo lo
hacen los sentimientos y parece tener alguno, pasado o presente o de ningún
otro tiempo. Detengo mi marcha y le saludo, le hago bajar de la magia del verbo
interno, de las palabras que no se articulan, de las que no se las lleva el
viento, me devuelve el saludo, sube la mirada con expresión de querer saber, de
conocer quien le ha roto su pasatiempo, el semblante es de sí y no, de qué
quieres en este momento, todo el que pasa me saluda porque yo lo hice primero,
parece querer decir "estaba acunando un sueño y me lo has despertado, ¡con
lo bonitos que son los sueños!" Le pregunto cómo está, de si disfruta de
su paseo, de cómo le ha ido el día, de....me responde de su actual vida, de su
jubilación, de cómo tuvo que dejar su pueblo hace tantos años, aún vivos en su
recuerdo, de cuando tenía "una vaca y una chota, algunas cabras sin redil,
una casa y treinta años menos". Mientras le escucho pienso, tiene unos
ochenta años y un frustrado deseo, haber seguido aquella vida y no la actual de
una ciudad alejada de los campos de cultivo, de las eras de centeno y trigo. Me
dice que ve poco la tele, si acaso las noticias pero nada de "portes"
(deportes), no le gustan "los portes" no le sirven de
entretenimiento.
A
veces, cuando paso, no está, me invade cierta preocupación, siento el vacío de
la ausencia, ¡qué tontería! ¡si ni siquiera sé su nombre! ¿qué temo?...sigo mi
camino, se habrá ido ya, me digo, pero noto que el paisaje está incompleto, es
un cuadro sin terminar de pintar.