Con un dedo señalaba al
cielo, con otro al suelo, con el resto contaba cuentos, nadie la escuchaba pero
ella seguía, mi compañero se fue allí arriba, mis hijos han crecido y yo
adornando la vida, aunque no gusta que diga que esta Blancanieves ni fue blanca
ni nunca pisó más suelo que el de bajorrelieve. En el mercado, cada día, un
poema pero no con rima, más bien con la misma melodía, conjugar el verbo haber
y el verbo tener, es decir, deseos de haber
muchos pero tener, poquito, lo justo para el pan, el cocido y unos
jurelitos.
Algunas tardes se iba al
parque y se sentaba a ver la gente pasar, ella decía que iba al
"escaparate" pues lo observaba todo, así, la ropa, el calzado, los
colores...esto en cuanto a lo externo, en lo relativo a las características, se
entiende que se refería a las de personalidad, ahí ya hacía todo un catálogo
más de criterios subjetivos que de una válida objetividad, juicios como ¡uy
esta, debe tener una mala uva! ¡pues anda que esa que viene por allí! ¡y este
que acaba de pasar, de qué va!…mientras tanto, el tiempo se hacía vapor de
nube, ingrávido, como si las ideas que lo envolvían fuesen de algodón, pero a
todo daba perdón, sabía que ella no lo hacía con mala intención, siempre fue persona
de buen corazón.
Los años se deslizaban como
por un tobogán, rápidos, haciendo un vacío en el estómago en su caída, a veces
era difícil aterrizar, pero al final era cuestión de acostumbrarse. A través de
los ligeros visillos, que cubrían parte de las ventanas de su casa, pasaba todo
y nada, la calle era estrecha y pequeña, los acontecimientos eran como los años
bisiestos, sucedían de vez en cuando, cada cierto tiempo, un día amenizaban las
expresiones de un niño desde el balcón de su casa, otro los débiles ladridos de
un perrillo asomado a una ventana. ¡Cómo ha engordado ese vecino que no sé ni
cómo se llama! ¡Qué mayor la mujer y ya con bastón!...el tiempo pasa.
Era más inquieta que
tranquila, si con una mano se peinaba con la otra se vestía, los desayunos los
tomaba de pie, aunque no tenía prisa, entre cada sorbo de la taza se decía mil
cosas, lo mismo consejos que reproches, igual cantaba que reía, repetía muchas
letanías...la encantaba repetir, repetir y repetir, poniendo siempre el mismo
énfasis en lo que decía. Lo más resaltable eran los gestos, normalmente se los
inventaba, particularmente los que hacía con las manos, iba desde los más
conocidos a los que improvisaba con una cierta creatividad, podría decirse que
era algo ingeniosa, justificaba esta práctica gesticular diciendo que era como
un "mimo" que podía decir, de distintas formas, lo mismo, que como
vivía sola podía vocear en silencio, una y otra vez lo de siempre, sin que se
la oyese. También decía que los colores eran como los idiomas y que había casi
tantos como personas, una tonalidad era como un acento, hablar fuerte un color
intenso, hablar bajo color difuminado. Se pasaba las manos con pintura por la cara,
mientras, hablaba, pensaba que era una ilusionista, que creaba versos un poco a
la deriva, ahora de adulta fantaseaba lo que no pudo hacer de pequeña.
Las puertas de su casa eran
como las hojas de un libro, cada una contenía una parte humana de su historia,
cuando se giraba cualquiera de ellas, su recorrido, era como el paso del
tiempo, de los años, de los recuerdos ... con aromas de cariño, con besos
tiernos. El orden establecido en la casa a simple vista casi parecía marcial,
nada más lejos de la realidad, una de sus máximas era la de "lo bien
hecho, bien parece" que, como un buen jardinero, las flores, si se cuidan,
"te quieren, te perfuman la vida y te la colorean llueva o truene".
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