jueves, 11 de julio de 2019

Trenes de entonces

Entrando a la estación la primera impresión que se percibía era la de un particular olor a carbón en combustión y a vapor de agua a presión. Un fuerte silbato, lo mismo agudo que grave, ponía en conocimiento y aviso de lo que acontecería acto seguido, con el beneplácito del jefe de estación y después de dar la autorización de salida, se empezaba a orquestar todo un proceso de acciones del  maquinista y el fogonero, este segundo como perito de la caldera a presión, que revertían en que se empezara a desperezar ese enorme cilindro como era la caldera capaz de generar un movimiento que, a través de unas bielas, hiciesen girar las ruedas posadas sobre las vías unidas por traviesas. Todo era hierro, presiones, fricciones, chasquidos, ruidos que, a la postre, denotaban la salud de una maquinaria capaz de arrastrar toneladas de peso, con un ritmo de lento a lentamente algo rápido, dándole mucho tiempo y espacio.
Superada esa primera fase de lanzamiento, ahora quedaba mantener un movimiento armónico, constante, no había más que dejarse llevar por un traqueteo, tan pronto lateral como de arriba a abajo, la sensación era la de estar mecido en una cuna para dormirse, todo estaba en orden, la velocidad era solo eso, velocidad, sin calificativo como "a gran" "a toda"...velocidad que no espantaba ni alteraba a los animales que pastaban por el campo, no dejaba rebufo que levantase las hojas de árbol secas caídas al suelo.
Nuevo silbido, se aproximaba un paso a nivel, las barreras estaban bajadas, y las personas esperaban, pacientemente, a que ese lento ciempiés metálico y con gentes a sus lomos, apareciese y desapareciese dejando una enorme estela de humo, para poder continuar cada uno su camino. Cuando no eran personas las que iban encima sino mercancías, al final del convoy, en el último vagón había una garita donde viajaba, como vigilante, un hombre, abrigado con una gruesa manta no muy suave que le mantendría  las constantes de temperatura dentro del mínimo aconsejable. Era un trabajo en soledad, sin más conversación que los propios soliloquios incluso entrecortados, a veces,  cuando la maquinaria daba como un tropezón transmitiendo en cadena un arranque o un parón. Tras algún día o noche y de vuelta a su casa....besos a la familia, una achicoria caliente, como si fuese un aromático café de Colombia, para entrar en reacción y, poco después, a intentar descansar hasta el siguiente viaje que, tanto en cuerpo como en espíritu, además de él, también viajaban a su lado los recuerdos de la infancia junto con los proyectos de futuro.

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