Superada esa
primera fase de lanzamiento, ahora quedaba mantener un movimiento armónico,
constante, no había más que dejarse llevar por un traqueteo, tan pronto lateral
como de arriba a abajo, la sensación era la de estar mecido en una cuna para
dormirse, todo estaba en orden, la velocidad era solo eso, velocidad, sin
calificativo como "a gran" "a toda"...velocidad que no
espantaba ni alteraba a los animales que pastaban por el campo, no dejaba
rebufo que levantase las hojas de árbol secas caídas al suelo.
Nuevo
silbido, se aproximaba un paso a nivel, las barreras estaban bajadas, y las
personas esperaban, pacientemente, a que ese lento ciempiés metálico y con
gentes a sus lomos, apareciese y desapareciese dejando una enorme estela de
humo, para poder continuar cada uno su camino. Cuando no eran personas las que iban
encima sino mercancías, al final del convoy, en el último vagón había una
garita donde viajaba, como vigilante, un hombre, abrigado con una gruesa manta
no muy suave que le mantendría las
constantes de temperatura dentro del mínimo aconsejable. Era un trabajo en
soledad, sin más conversación que los propios soliloquios incluso entrecortados,
a veces, cuando la maquinaria daba como
un tropezón transmitiendo en cadena un arranque o un parón. Tras algún día o
noche y de vuelta a su casa....besos a la familia, una achicoria caliente, como
si fuese un aromático café de Colombia, para entrar en reacción y, poco
después, a intentar descansar hasta el siguiente viaje que, tanto en cuerpo
como en espíritu, además de él, también viajaban a su lado los recuerdos de la
infancia junto con los proyectos de futuro.
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